ESOS ENCUENTROS…
“De
ésta lluvia… Cada gota es el lamento de
un amor que aguarda un olvido.”
Elvin
Munguía (Honduras)
Una
letal dosis de cianuro, similar a la que si pudo con Quiroga, pero no con
Rasputín, fue la solución a la
irreparable pena en el alma de Sebastián, el Doctor. En
vida se consagró como un excelente profesional de las ciencias médicas, en
modernas clínicas privadas y lúgubres hospitales públicos. Desde
muy pequeño destacó en todo lo que se propuso, menos en el amor, por su personalidad
huraña.
La
mágica noche en que conoció a Helga, también conocida como La Bávara, todo cambió. Ella era tan fiera de carácter, como una Rottweiler, pero bajo aquel duro
armazón, se escondía la fémina de
lábil temple, que a los veintiocho años se encontraba trabajando - por razones ultra
- secretas - como agente de
Investigación.
Horas
antes, ésa misma noche, luego de una anónima llamada que reveló el paradero de
Eliel “el capo” y otros dos, de sus peligrosos compinches. Un enorme número de
agentes policiales y militares marcharon agitados al encuentro de los
delincuentes. A
los ávidos distribuidores de Blanca
nieves, también se los suponía responsables
del asesinato de un joven guardia de seguridad, que laboraba en un
restaurante de comidas rápidas, frente a Ciudad Universitaria. El caído
promovía una revuelta de empleados, por los bajos salarios y el pésimo trato de
los patrones, pero esa… es
definitivamente, otra historia que contar...
Once
minutos después de la llamada, el pelotón de encapuchados agentes verdes y
azules llegaron a los lujosos apartamentos en la colonia Valles y Jardines Encantados, en donde los ilícitos mercadólogos y
ahora prófugos sicarios se escondían. Éstos, hijos de puta, no se iban a dar
por vencidos, sin antes ofrecer un verdadero espectáculo de pólvora, sin
exagerar digno solo del celuloide.
En
el atronador intercambio de disparos, las ráfagas de las Kalashnikov,
rememoraban escenas; sonidos e imágenes muy similares a la cruda realidad de
los “distantes narcoestados.”
El
tenaz fuego contra “los agentes del
orden” continuó. Soldados se precipitaron al pavimento, mitad heridos y
mitad cagados. Policías impactados se retiraban y se resguardaban. Como podían
utilizaban diversos calibres de armas, para repeler el tiroteo de los tres
fugitivos. Súbitamente, en medio del humo de las metrallas y de aquel carnaval
de balas, La Bávara y otros agentes
derribaron el ennegrecido portón. Irrumpieron de inmediato en el apartamento,
disparando a quemarropa, hiriendo a uno de los perseguidos y eliminando al
otro. Mientras el tercer tránsfugo, el líder Eliel el capo.
Heroicamente
la rubia agente logró aprehender al delictivo, claro, sin poder evitar que
antes, éste le descargara los últimos proyectiles de su tartamuda Ak- 47.
Culminó aquella dramática escena: el capo fue llevado, en el acto hacia un
centro de detención policial, posteriormente juzgado y encarcelado.
El
otro comerciante de Blanca nieves que
iba herido de gravedad, falleció antes de llegar al hospital, donde también se
trasladó la mujer policía. Fue atendida
eficazmente por enfermeras y personal médico, comandados por el doctor Sebastián en la sala de emergencias de
dicho centro hospitalario.
Con
algunos rasguños y varios puntos de sutura en el hombro y brazo derechos, se dejó
claro que la escultural hembra estaba fuera de peligro. Los médicos se
retiraron junto a las enfermeras. Sebastián observó a la bella paciente que dormía sosegada y
resguardada por un agente, luego de una noche más, de acción en las calles de
la gran ciudad.
En
la mañana siguiente - que extrañamente, parecía estar a la vuelta de la esquina
- Helga despertó y notó como el joven médico la miraba con ternura y
preocupación, casi como queriendo descubrir el horizonte de ensueños, oculto
bajo la bata y las sabanas azules.
Trascurrieron
un par de días, la fiera herida se recuperó, fue dada de alta, pero antes quiso
agradecer al tímido galeno el esmero y atención que éste le dedicó. Charlaron
un momento e intercambiaron números telefónicos, luego en la noche, el Doctor
recibió un mensaje de texto de la ex paciente y ahora amiga... ¡Saludándolo!
Semanas
después, el médico y la agente, se olvidaron de sus profesiones y optaron por una vida de simples ciudadanos.
Una
noche de viernes, ella lo invitó al cine, él aceptó. Irían a ver el estreno de Kill Bill del Director Quentin
Tarantino. Aunque quizá poco o nada de romántica tendría, a la mujer se le
ocurrió que sería muy divertido o al menos entretenido que su amigo percibiera
unos cuantos gramos de violencia un tanto similar, a la que a diario ella
encontraba en las calles y avenidas de aquella urbe abatida por el crimen.
Los
cinéfilos saboreaban bebidas carbonatadas y sonreían al ver a Beatrix Kiddo
patear, desgarrar, desmembrar y hasta nalgotear - cual madre molesta, pero
cariñosa - a los 88 locos.
En
un momento de mera tranquilidad y regocijo pasional, ella abrazó al escuálido
hombre, que un tanto nervioso le obsequió una efímera sonrisa… Mientras en la pantalla
la aguerrida Mamba Negra seguía asesinando asiáticos en pro de Bill...
Sebastián
deseoso de besar a Helga, soslayaba aquella motivación contemplando la fiera
katana y el amarillo traje de Valquiria que adornaban la figura enrojecida - por
ajena sangre - de Uma Thurman.
En
avalancha de pasión - por ultra obscuros deseos – La Bávara devoró el crepitante fuego en la autopista de los labios
del médico, como un huracán de categoría 5,555.55 en la escala del amor y por
vez primera, corcovearon los corceles de la lujuria entre sus piernas.
Con
apasionados y ardientes besos, abundantes abrazos, cuantiosas caricias y
crucigrámicos suspiros dejaron todo de aquel tamaño, ésa noche, al menos.
La
misma historia - solo que en diferentes teatros - se repitió durante meses,
hasta que Helga se animó y le propuso matrimonio al doctor que maravillado
aceptó.
Luego
de meses de planes, llegó el día de la boda, la ceremonia acogió a poco más de
media docena de camaradas del Colegio Médico acompañando al novio. En el otro
contingente; catrines y perfumados agentes policiales asistieron para hacerle
los honores a la novia, que lucía
preciosa, fascinante encerrada entre las delicadas costuras y la fina
tela de su inmaculado y apretado vestido.
Minutos después, ambos respondieron que si al
cura. Surgieron mil besos. Aplaudió contenta la inusual feligresía. Estamparon
sus firmas y se dio paso a la recepción
en el centro de convenciones de un famoso hotel, Don Quixote posiblemente.
La
celebración qué, a parte del enorme pastel de cuatro niveles con las figuritas
forradas en chocolate de los enamorados en la cima, música para todos los
gustos, baile, habanos humeantes, champaña, ron, cerveza de todas las marcas,
charlas entre médicos borrachos y ebrios agentes, abrazos de felicitación y
alegría a flor de piel, nada tuvo de espectacular y terminó al filo de la medianoche.
Al
finalizar la fiesta, la pareja se encaminó hasta la suite de lujo que rentaron
para tener la divina e inolvidable noche que tanto habían soñado. Entonces,
Helga recordó que habían olvidado en una mesa del salón, los documentos que los
declaraban feliz y oficialmente casados.
La
esposa tomó los papeles y marchó a los
brazos del marido que al final de un alfombrado pasillo aguardaba por ella. Pero
antes, lanzó una detectivesca mirada a su costado y desde las frías sombras del
jardín; un par de azules ojos fijamente la apuntaban, acto seguido, un
silencioso tartamudeo de disparos, le perforó el costado izquierdo de su caja
toráxica.
Sebastián
corrió agitado y gritó como alma en pena, al ver aquella espeluznante escena. Tomó entre sus temblorosos brazos,
aquel cuerpo frágil, virgen y sin vida de su esposa.
El
extraño, seguro de que nadie lo miró,
sonrió detrás de la oscuridad. Guardó en el bolsillo derecho del negro
traje la Smith & Wesson, y se marchó en su camioneta Range Rover por un
retorcido y oscuro boulevard que lo llevó a cualquier parte.
De: Regresiones: el regreso de los ángeles y otros relatos - Rafael Midence Ávila