miércoles, 3 de junio de 2020

"Esos Encuentros" del libro Regresiones: el regreso de los ángeles y otros relatos (Ágora , 2010)


ESOS ENCUENTROS… 

De ésta lluvia… Cada gota es el lamento de un amor que aguarda un olvido.
Elvin Munguía (Honduras)

       Una letal dosis de cianuro, similar a la que si pudo con Quiroga, pero no con Rasputín, fue la solución a la  irreparable  pena en el alma de Sebastián, el Doctor. En vida se consagró como un excelente profesional de las ciencias médicas, en modernas clínicas privadas y lúgubres hospitales públicos. Desde muy pequeño destacó en todo lo que se propuso, menos en el amor, por su personalidad huraña.
      La mágica noche en que conoció a Helga, también conocida como La Bávara, todo cambió. Ella era tan fiera de carácter, como una Rottweiler, pero bajo aquel duro armazón, se escondía la fémina de lábil temple, que a los veintiocho años se encontraba trabajando - por razones ultra - secretas -  como agente de Investigación. 
       Horas antes, ésa misma noche, luego de una anónima llamada que reveló el paradero de Eliel “el capo” y otros dos, de sus peligrosos compinches. Un enorme número de agentes policiales y militares marcharon agitados al encuentro de los delincuentes. A los ávidos distribuidores de Blanca nieves, también se los suponía responsables  del asesinato de un joven guardia de seguridad, que laboraba en un restaurante de comidas rápidas, frente a Ciudad Universitaria. El caído promovía una revuelta de empleados, por los bajos salarios y el pésimo trato de los patrones, pero esa…  es definitivamente, otra historia que contar...
      Once minutos después de la llamada, el pelotón de encapuchados agentes verdes y azules llegaron a los lujosos apartamentos en la colonia Valles y Jardines Encantados, en donde los ilícitos mercadólogos y ahora prófugos sicarios se escondían. Éstos, hijos de puta, no se iban a dar por vencidos, sin antes ofrecer un verdadero espectáculo de pólvora, sin exagerar digno solo del celuloide.
        En el atronador intercambio de disparos, las ráfagas de las Kalashnikov, rememoraban escenas; sonidos e imágenes muy similares a la cruda realidad de los “distantes narcoestados.”
     El tenaz fuego contra “los agentes del orden” continuó. Soldados se precipitaron al pavimento, mitad heridos y mitad cagados. Policías impactados se retiraban y se resguardaban. Como podían utilizaban diversos calibres de armas, para repeler el tiroteo de los tres fugitivos. Súbitamente, en medio del humo de las metrallas y de aquel carnaval de balas, La Bávara y otros agentes derribaron el ennegrecido portón. Irrumpieron de inmediato en el apartamento, disparando a quemarropa, hiriendo a uno de los perseguidos y eliminando al otro. Mientras el tercer tránsfugo, el líder Eliel el capo.
        Heroicamente la rubia agente logró aprehender al delictivo, claro, sin poder evitar que antes, éste le descargara los últimos proyectiles de su tartamuda Ak- 47. Culminó aquella dramática escena: el capo fue llevado, en el acto hacia un centro de detención policial, posteriormente juzgado y encarcelado.
        El otro comerciante de Blanca nieves que iba herido de gravedad, falleció antes de llegar al hospital, donde también se trasladó la mujer policía.  Fue atendida eficazmente por enfermeras y personal médico, comandados por el  doctor Sebastián en la sala de emergencias de dicho centro hospitalario.
       Con algunos rasguños y varios puntos de sutura en el hombro y brazo derechos, se dejó claro que la escultural hembra estaba fuera de peligro. Los médicos se retiraron junto a las enfermeras. Sebastián observó  a la bella paciente que dormía sosegada y resguardada por un agente, luego de una noche más, de acción en las calles de la gran ciudad.        
      En la mañana siguiente - que extrañamente, parecía estar a la vuelta de la esquina - Helga despertó y notó como el joven médico la miraba con ternura y preocupación, casi como queriendo descubrir el horizonte de ensueños, oculto bajo la bata y las sabanas azules.
     Trascurrieron un par de días, la fiera herida se recuperó, fue dada de alta, pero antes quiso agradecer al tímido galeno el esmero y atención que éste le dedicó. Charlaron un momento e intercambiaron números telefónicos, luego en la noche, el Doctor recibió un mensaje de texto de la ex paciente y ahora amiga... ¡Saludándolo!
Semanas después, el médico y la agente, se olvidaron de sus profesiones y optaron  por una vida de  simples ciudadanos.
      Una noche de viernes, ella lo invitó al cine, él aceptó. Irían a ver el estreno de Kill Bill del Director Quentin Tarantino. Aunque quizá poco o nada de romántica tendría, a la mujer se le ocurrió que sería muy divertido o al menos entretenido que su amigo percibiera unos cuantos gramos de violencia un tanto similar, a la que a diario ella encontraba en las calles y avenidas de aquella urbe abatida por el crimen.
Los cinéfilos saboreaban bebidas carbonatadas y sonreían al ver a Beatrix Kiddo patear, desgarrar, desmembrar y hasta nalgotear - cual madre molesta, pero cariñosa - a los 88 locos.
     En un momento de mera tranquilidad y regocijo pasional, ella abrazó al escuálido hombre, que un tanto nervioso le obsequió una efímera sonrisa… Mientras en la pantalla la aguerrida Mamba Negra seguía asesinando asiáticos en pro de Bill...          
Sebastián deseoso de besar a Helga, soslayaba aquella motivación contemplando la fiera katana y el amarillo traje de Valquiria que adornaban la figura enrojecida - por ajena sangre - de Uma Thurman.
     En avalancha de pasión - por ultra obscuros deseos – La Bávara devoró el crepitante fuego en la autopista de los labios del médico, como un huracán de categoría 5,555.55 en la escala del amor y por vez primera, corcovearon los corceles de la lujuria entre sus piernas.
    Con apasionados y ardientes besos, abundantes abrazos, cuantiosas caricias y crucigrámicos suspiros dejaron todo de aquel tamaño, ésa noche, al menos.
La misma historia - solo que en diferentes teatros - se repitió durante meses, hasta que Helga se animó y le propuso matrimonio al doctor que maravillado aceptó.
Luego de meses de planes, llegó el día de la boda, la ceremonia acogió a poco más de media docena de camaradas del Colegio Médico acompañando al novio. En el otro contingente; catrines y perfumados agentes policiales asistieron para hacerle los honores a la novia, que lucía  preciosa, fascinante encerrada entre las delicadas costuras y la fina tela de su inmaculado y apretado vestido. 
        Minutos después, ambos respondieron que si al cura. Surgieron mil besos. Aplaudió contenta la inusual feligresía. Estamparon sus firmas  y se dio paso a la recepción en el centro de convenciones de un famoso hotel, Don Quixote posiblemente.
La celebración qué, a parte del enorme pastel de cuatro niveles con las figuritas forradas en chocolate de los enamorados en la cima, música para todos los gustos, baile, habanos humeantes, champaña, ron, cerveza de todas las marcas, charlas entre médicos borrachos y ebrios agentes, abrazos de felicitación y alegría a flor de piel, nada tuvo de espectacular y terminó al  filo de la medianoche.
       Al finalizar la fiesta, la pareja se encaminó hasta la suite de lujo que rentaron para tener la divina e inolvidable noche que tanto habían soñado. Entonces, Helga recordó que habían olvidado en una mesa del salón, los documentos que los declaraban feliz y oficialmente casados. 
     La esposa  tomó los papeles y marchó a los brazos del marido que al final de un alfombrado pasillo aguardaba por ella. Pero antes, lanzó una detectivesca mirada a su costado y desde las frías sombras del jardín; un par de azules ojos fijamente la apuntaban, acto seguido, un silencioso tartamudeo de disparos, le perforó el costado izquierdo de su caja toráxica.
      Sebastián corrió agitado y gritó como alma en pena, al ver aquella espeluznante  escena. Tomó entre sus temblorosos brazos, aquel cuerpo frágil, virgen y sin vida de su esposa.
El extraño, seguro de que nadie lo miró,  sonrió detrás de la oscuridad. Guardó en el bolsillo derecho del negro traje la Smith & Wesson, y se marchó en su camioneta Range Rover por un retorcido y oscuro boulevard que lo llevó a cualquier parte. 

De: Regresiones: el regreso de los ángeles y otros relatos - Rafael Midence Ávila




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